martes, 17 de abril de 2012

PRESENTACION - FABULAS DE ROBOTS PARA NO ROBOTS


En una sociedad en la que la tecnología está al servicio de unos intereses de clase 
y bajo el control de una elite altamente especializada, es comprensible que los no iniciados, ni beneficiarios— contemplen el «progreso» tecnológico con cierto recelo, cuando no con positivo temor. Un temor que, cuando faltan la información y la capacidad crítica necesarias para llegar al fondo de la cuestión, se convierte fácilmente en temor irracional a la cosa en sí —la tecnología, en este caso— en vez de centrarse en su manipulación clasista, auténtica razón de que la ciencia y la tecnología avanzada puedan constituir una amenaza. Este temor —al que cabe llamar tecnofobia— presenta dos aspectos principales: por una parte, el miedo al poder destructivo y avasallador de ciertos «logros» tecnológicos; por otra, el temor de que la máquina desplace al hombre como productor, cosa que en una sociedad equitativa y racional debería contemplarse como una gozosa liberación, pero que en la nuestra, basada en la explotación y la competencia, supone una constante amenaza para los trabajadores, y no sólo para los manuales (piénsese en los formidables avances de la cibernética)
La idoneidad del símbolo del robot para polarizar este doble temor es bastante obvia: el
robot es un «hombre mecánico», culminación simbólica de la usurpación por parte de la
máquina del lugar del hombre; como además se lo puede —y suele— imaginar
inquietamente poderoso, ya sea física, mentalmente o en ambos sentidos a la vez, se
presta muy bien para expresar la tecnofobia antes aludida.
Y, de hecho, la ciencia ficción subcultural, e incluso la de ciertas pretensiones, nos
ofrece innumerables ejemplos de robots y supercomputadoras que —como su primo
hermano, la criatura de Frankenstein— se rebelan contra su creador con funestas
consecuencias.
Sólo la ciencia ficción más seria, menos condicionada por nuestros mitos culturales
(ideológicos, en última instancia), recurre al símbolo del robot con otros fines, como el de señalar la importancia de una tecnología al servicio del hombre, o para utilizar la
implacable lógica de los cerebros electrónicos como contrapunto y/o espejo de las
contradicciones y los prejuicios humanos. Al igual que la tecnología que simboliza, el
robot es un instrumento (meramente narrativo, por ahora) lleno de posibilidades, pero
constantemente expuesto a un uso negativo.
No es éste, por cierto, el caso de la «Ciberiada» de Lem, quien ha logrado aclimatar
con éxito en este difícil terreno su fecundo talento de fabulador y, sobre todo, fabulista.
Prolongador y actualizador de esa gran corriente fantástico-satírica que pasa por los
Cyrano, los Voltaire y los Swift, Lem ha creado, con su «Ciberiada», la fábula robótica. Un tipo de fábula, además, que se aleja del tradicional camino asfaltado hacia la fácil
moraleja para adentrarse en los terrenos mucho más fértiles de la poesía, la ironía, el
humor y una fantasía que a menudo roza o penetra en el surrealismo. Todo ello con un
denso e inquietante (¿se puede hablar de Lem sin utilizar este adjetivo?) trasfondo
filosófico que el tono festivo y desenfadado de los relatos no hace sino realzar.

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