viernes, 28 de diciembre de 2012

Mini bio y fotografía de Laura Ponce

FOTO Laura Ponce.JPG

Laura Ponce nació en Buenos Aires, Argentina, en 1972. Escribe desde la adolescencia, especialmente género fantástico y ciencia ficción.
Lo primero que publicó fue "Rompiendo el Silencio", un cuento corto aparecido en el 2005 en la antología Relatos Andantes de Editorial Dunken. A partir de entonces ha colaborado regularmente con revistas electrónicas y de papel y sus cuentos han aparecido en antologías argentinas y extranjeras.
Comenzó a trabajar para la revista digital Axxón y en el 2007 entró a formar parte del equipo de dirección editorial.
En diciembre de 2008, con el sello Ediciones Ayarmanot, lanzó la revista "SENSACION!", una revista trimestral en papel con una particular visión sobre los relatos de aventuras espaciales. Se trata de una publicación de corte pulp, homenaje a las revistas de la época de oro de la ciencia ficción, pero con relatos escritos por autores actuales. Enlace al editorial del nro.1
En marzo del 2009 Ediciones Ayarmanot dobló la apuesta lanzando la revista PROXIMA, también trimestral y también en papel, pero de corte mucho más moderno Enlace al editorial del nro.1

jueves, 20 de diciembre de 2012

EN EL BORDE DEL MUNDO - Laura Ponce

En el borde del Mundo, por Fraga.jpg


Parado aquí, sobre la muralla, contemplo el páramo. Un terreno áspero, pedregoso, con pastos duros, ocasionales matas de espinos y esas plantas enormes que crecen junto al río. No parecía mucho más cuando lo observamos desde la órbita y sin embargo nos alegró ver Beta Semaris Cuatro con nuestros propios ojos por primera vez. 

Las lecturas que obtuvimos entonces acerca de las condiciones ambientales confirmaron la información enviada por las primeras sondas, información que nos impulsó a venir hasta aquí desde el otro extremo del sector: la atmósfera era apropiada y las condiciones del planeta eran ideales para establecernos. 

Pero estas nuevas lecturas mostraron también algo más. 

En la región central del único continente, cerca de la costa de un río, había una estructura de aspecto no natural. Lucía como un conjunto de edificaciones. Verificamos una y otra vez: no se registraba movimiento alguno, había evidencia de vida vegetal pero no había señal alguna de vida animal. El mundo estaba desierto y la construcción vacía. 

Aparentemente, nuestros antecesores eran seres antropomórficos aunque de proporciones físicas algo mayores. La estructura central y los edificios más grandes daban la impresión de haber sido prefabricados —quizás eran los módulos de una nave destinados a proporcionar las instalaciones de base para la colonia—, en torno a ellos había construcciones más pequeñas alzadas con materiales locales y todo estaba rodeado por una especie de muro. Pronto hubo consenso entre los que nos adelantamos para explorarla: recordaba vagamente a una ciudadela medieval y comenzamos a llamarla Camelot. 

Parecía haber sido abandonada algún tiempo atrás y no había nada que sugiriera el destino de sus ocupantes, aunque al irse habían dejado muchas cosas olvidadas. Quizás tenían una nave de repuesto y se habían marchado en ella. O tal vez alguien había venido a recogerlos para llevarlos de regreso a casa. ¿Cómo saberlo? Lo cierto es que afortunadamente no debíamos compartir el mundo con ellos. Tomamos la ciudadela contentos de su existencia y de que estuviera vacía y no nos hicimos más preguntas sobre el destino de sus constructores. 

Nada indicaba peligro inmediato y parecía un desperdicio no ocuparla, no aprovechar sus recursos y las comodidades de sus instalaciones. Se dice que los viajeros espaciales somos supersticiosos y no es del todo falso, pero más que ninguna otra cosa somos gente práctica. Habíamos viajado en pos de este mundo durante años y estábamos deseosos de ponernos a trabajar en él de una buena vez. 

Al colocar la piedra fundacional en el edificio central de la ciudadela —el módulo de comando de nuestra nave una vez despiezada— pensamos que ése era nuestro castillo ahora, el primero de muchos castillos, que nos establecíamos en la primera de muchas ciudadelas. Nosotros, los humanos, haríamos de este suelo yermo un vergel, nosotros traeríamos vida a este mundo muerto, nosotros... éramos unos estúpidos. 

El miedo es una cosa terrible, se esparce entre la gente como un virus incapacitante potencialmente mortal. La gente se paraliza. 

¿Saben ustedes lo que es pararse aquí cada noche con el dedo agarrotado en el gatillo y observar la oscuridad conteniendo el aliento? ¿Saben lo que es pasar el día preparando las armas, afilando las bayonetas? ¿Estas armas toscas que hemos fabricado, flamantes e inútiles, sin uso e incapaces de detener las desapariciones? 

Hace un tiempo avistamos a alguien corriendo hacia unos pastizales. Se ocultó rápidamente y los reflectores no lograron darle alcance. A la mañana hicimos un recuento y descubrimos que faltaba una mujer. Se llamaba Takashi y su esposo había sido el primero en desaparecer. Atribuimos su abandono de la ciudadela a un intento estúpido pero comprensible de ir en su búsqueda. Pensamos que regresaría o que eventualmente descubriríamos sus restos por ahí. Pero no ocurrió. Encontramos sus cosas, sí, su ropa, sus zapatos, sus adornos, pero no a ella o sus restos. Era extraño. No había evidencia de vida animal en el planeta; las condiciones climáticas del páramo podían ser severas pero no descompondrían un cuerpo en tan poco tiempo, no sin dejar rastro. Buscándola a ella y a los que la siguieron descubrimos túneles. Parecían grandes madrigueras que se intercomunicaban. Quizás nuestra gente caía en ellas, se perdía y no podía regresar; pero parecía una explicación muy poco razonable y en todo caso no aclaraba por qué encontrábamos ocasionalmente sus cosas o qué los motivaba a alejarse de la ciudadela sin decírselo a nadie. 

No es necesario mencionar que la paranoia se extendió. Según a quién uno le preguntara, los responsables de lo que sucedía eran nativos invisibles que se defendían de nuestra "invasión", fantasmas de los constructores que volvían para recuperar su ciudadela, o una fracción de la colonia que estaba deshaciéndose de los demás. Se organizaron patrullas, se fabricaron armas, se establecieron puestos de vigilancia, pero las desapariciones siguieron en aumento. 

Fue en medio de esa locura que yo me acerqué a Venara. Obviamente la conocía —uno no viaja cinco años encerrado en una nave con otros ciento quince colonizadores sin llegar a conocerlos— pero en aquellos días aciagos fue como si la viera por primera vez. Era realmente hermosa. ¿Conocen esa anarquía de los sentidos, esa especie de narcosis que nubla la razón, incapacita las extremidades y descontrola la lengua? Yo caí de lleno en sus brazos. 

Venara no sólo era hermosa sino también brillante. Como exobióloga encontraba fascinantes las particulares condiciones del planeta, el desarrollo de las plantas como únicas formas de vida, evolucionando hasta constituir un complejo ecosistema. En sus labios el mínimo dato sonaba a deslumbrante revelación. Con la paranoia reinante la investigación de campo, la recolección de muestras, incluso la exploración, habían quedado relegadas; pero por supuesto Venera no se sentía incluida en las disposiciones generales. Anda.... Llévame a la frontera, dijo un día. Y yo, como un tonto, acepté. 

Fue la primera vez de muchas en que nos escabullimos fuera de la muralla. 

Le interesaban en particular esas plantas enormes que crecen en la costa del río. Sus raíces se proyectan bajo el agua y horadan profundamente el suelo, entrelazándose con las de otros ejemplares que crecen a gran distancia. En esa época se hallaban en plena floración y al parecer sus esporas provocaban cambios en el desarrollo de plantas de otras especies con las que estaban relacionadas de forma simbiótica. Aparentemente todos sus ciclos reproductivos estaban encadenados. Podría tratarse de algún tipo de polinización cruzada o incluso de una transmisión horizontal de genes realmente importante. Como fuera, saltaba a la vista que esas plantas enormes eran las reinas del lugar. 

Venara decía que eran vegetales extraordinariamente avanzados y complejos, que habían alcanzado un nivel evolutivo inimaginable para nuestro mundo natal. La ayudé a armar un dispositivo para sobrevolar el continente y hacer una especie de censo, tomamos muestras, pasamos días enteros arrastrándonos por los túneles. Mientras la colonia se desintegraba en medio del temor y las acusaciones, mientras iban desapareciendo uno a uno, yo sólo tenía ojos para ella. 

Con el avance de la investigación, una sensación de urgencia fue ganándonos poco a poco. Llegamos a dedicarle cada elemento a nuestro alcance, cada momento de la jornada, y todo parecía poco. Era como si por fin comprendiéramos lo precario de nuestra situación. Los estudios y experimentos insumían cada vez más recursos de la debilitada colonia; no gozábamos del favor de la mayoría, que veía nuestro trabajo con suspicacia, socarronería o indiferencia, y no me avergüenza admitir que cuando debí robar o mentir, lo hice. Hubiera hecho cualquier cosa por ella. 

A veces estaba tan agotado que apenas podía mantenerme despierto, pero una sonrisa suya o un roce de su mano era suficiente para que volviera al trabajo. 

Venara intuía algo, lo sé, estaba al borde de un gran descubrimiento; pero desapareció hace unos días. 

Aunque no tengo sus conocimientos, hice todo lo que pude para continuar con la investigación. Lo hice como un modo de honrar su memoria, pero también porque creí que ahí podía encontrarse la última esperanza, lo que desentrañaría el misterio y salvaría lo que queda de nuestra colonia. 

De manera inesperada, y por lo menos en parte, he tenido éxito. 

Las tormentas de polvo se han hecho más frecuentes y dejan un aroma dulce en el aire. Son las esporas. Pronto habrán afectado a todos. 

Me pregunto si los Altos habrán descubierto lo que pasaba antes de que su ciudadela se vaciara por completo. Es irónico, ¿no creen? Con tantos viajes, en tanto tiempo explorando el espacio, la humanidad nunca había encontrado otra forma de vida evolucionada y nosotros encontramos dos en el mismo mundo. Sin embargo es fácil entender por qué no pudimos identificar a la más importante de ellas: no te ataca, no se defiende, no intenta comunicarse, no es animal, ni vegetal ni mineral o acaso es todas esas cosas. Sólo está viva y éste es su mundo, todo lo que hay en él le pertenece... O pronto será así. 

Va cayendo la noche y observo el cielo. Un cielo nuevo que se abre como una ventana a lo desconocido. 

Beta Semaris Cuatro... Los nombres son cosas imprecisas, dudosas convenciones. Para quienes no tienen un idioma hablado ni gestual ni escrito, para quienes pueden comunicar directamente ideas o impresiones complejas, los nombres no tienen sentido. Ahora al pensar en el nombre de este mundo, siento que esa designación —Beta Semaris Cuatro— es opacada rápidamente por una idea, la idea de Hogar, pero también la de Ser, y también las de Cambiar y Permanecer. 

La parte de mí que todavía es humano tiene miedo, pero la parte de mí que es otra cosa siente una mansa ansiedad; puede esperar, tiene todo el tiempo del mundo para que el cambio se complete. Esto es más vasto que cualquier otra cosa que haya conocido, más acogedor y más propio que cualquier otro sitio en el que haya estado. 

Cierro los ojos y casi puedo sentir cómo van apareciendo las estrellas; y con cada una que sale, la naturaleza de lo que somos se manifiesta con mayor claridad y fuerza. El viento se alza de modo invitante sobre el vibrante escenario de la llanura y ahí, entre todas esas voces que trae, está la voz de Venara llamándome. 


* Este cuento forma parte de “Relatos de la Confederación” 

* Fue publicado por primera vez en noviembre del 2005, en la revista Axxón Nro. 156 


* Una versión especial apareció en septiembre del 2008 en la revista NGC 3660 



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martes, 18 de diciembre de 2012

Concierto de Navidad - Corelli - Vivace


Navidad - Ray Bradbury


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando éstos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.

-¿Qué haremos?

-Nada, ¿qué podemos hacer?

-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!

La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.

-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.

-¿Qué...? -preguntó el niño.

El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:

-Quiero mirar por el ojo de buey.

-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.

-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.

-Espera un poco -dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.

-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.

La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.

-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.

-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.

-Pero... -empezó a decir la madre.

-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.

Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.

-Ya es casi la hora.

-¿Puedo tener un reloj? -preguntó el niño.

Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.

-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.

-No entiendo.

-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.

-Entra, hijo.

-Está oscuro.

-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.

Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Bukowski - Mini bio y foto


Charles Bukowski, bautizado como Heinrich Karl Bukowski (Andernach; 16 de agostode 1920 - Los Ángeles; 9 de marzo de 1994), fue un escritor y poeta estadounidense nacido en Alemania.
A menudo fue erróneamente asociado con los escritores de la Generación Beat, debido a sus similitudes de estilo y actitud. La escritura de Bukowski está fuertemente influida por la atmósfera de la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida, Los Ángeles
Fue un autor prolífico, escribió más de cincuenta libros, incontables relatos cortos y multitud de poemas. A menudo es mencionado como influencia de autores contemporáneos y su estilo es frecuentemente imitado. Murió de leucemia en 1994, a la edad de 73 años. Hoy en día es considerado uno de los escritores estadounidense más influyentes y símbolo del "realismo sucio" y la literatura independiente.
En 1969, después de que el editor John Martin de Black Sparrow Press le prometiera una remuneración de cien dólares mensuales de por vida, Bukowski dejó de trabajar en la oficina de correos, para dedicarse a escribir todo el tiempo. Tenía entonces 49 años. Como él mismo explicó en una carta en ese entonces, “tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”.6 Pasó menos de un mes tras dejar el trabajo en la oficina de Correos, cuando acabó su primera novela, Post Office (tituladaCartero en castellano).

Debido a la confianza que John Martin depositó en él cuando era un escritor relativamente desconocido y a la ayuda financiera, Bukowski publicó casi todo su trabajo literario con Black Sparrow Press.

Fuente: Wilkipedia.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nosotros los dinosaurios - Charles Bukowski



nacidos así
para esto
sonríen las caras dibujadas con tiza
se ríe la Sra. Muerte
los ascensores se averian
los escenarios políticos se disuelven
el mozo del supermercado recibe un título universitario
los peces oleosos escupen sus oleosas presas
el sol se esconde tras una máscara

nacemos
así
para esto
para estas guerras cuidadosamente insensatas
para contemplar las ventanas rotas de la fábrica de la vaciedad
para los bares donde la gente ya no se habla
para las peleas a puñetazos que acaban en tiroteos y cuchilladas
nacidos para esto
para hospitales tan caros que resulta más barato morirse
para abogados que cobran tanto que resulta más barato declararse culpable
para un país donde las cárceles están llenas y los manicomios cerrados
para un lugar donde las masas elevan a los imbéciles a la categoría de héroes y millonarios

nacidos para esto
andando y viviendo en esto
muriendo por esto
enmudecidos por esto
castrados
viciosos
desheredados
por esto
engañados por esto
usados por esto
meados por esto
enloquecidos y enfermados por esto
convertidos en violentos
en inhumanos
por esto

el corazón se ennegrece
los dedos se dirigen al cuello
al arma
al cuchillo
a la bomba
los dedos imploran a un dios que no responde

los dedos se dirigen a la botella
a la pastilla
al polvo

nacemos a esta lastimosa devastación
nacemos bajo un gobierno que lleva endeudado 60 años
y que pronto no podrá ni siquiera pagar el interés de esa deuda
y los bancos arderán
el dinero no servirá para nada
se producirán asesinatos por la calle, a la vista de todos, que
quedarán impunes
habrá armas y revueltas por todas partes
la tierra no servirá para nada
disminuirá la producción de alimentos
el control del poder nuclear estará en muchas manos
las explosiones sacudirán sin cesar la Tierra
hombres robot afectados por las radiaciones se acecharán unos a otros
los ricos y los elegidos lo observarán todo desde plataformas espaciales
el Infierno de Dante parecerá un juego de niños comparado con esto
no se verá el sol y siempre será de noche
los árboles se morirán
desaparecerá la vegetación
hombres afectados por las radiaciones devorarán la carne de otros
hombres afectados por las radiaciones
el mar estará contaminado
los lagos y ríos se volatilizarán
la lluvia será el nuevo oro

un viento oscuro esparcirá el hedor de los cuerpos putrefactos de hombres y animales

nuevas y horribles enfermedades asediarán a los últimos y escasos
supervivientes
y las plataformas espaciales desaparecerán por consunción
por el agotamiento de las provisiones
por efecto de la decadencia general

y entonces reinará el silencio más hermoso que
se haya oído nunca.
con el sol todavía oculto
a la espera del siguiente capítulo.

sábado, 1 de diciembre de 2012