sábado, 30 de junio de 2012

Otro texto de H. P. Lovecraft


UNIVERSIDAD MISKATÓNICA LOVECRAFTIANA

AZATHOTH

Cuando el mundo se sumió en la vejez, y la maravilla rehuyó la muerte de los hombres; cuando ciudades grises elevaron hacia cielos velados por el humo torres altas, temibles y feas, a cuya sombra nadie podía soñar el sol ni las praderas floridas de la primavera; cuando el conocimiento despojó a la tierra de su manto de belleza, y los poetas no cantaron sino a distorsionados fantasmas, vistos a través de ojos cansados e introspectivos; cuando tales cosas tuvieron lugar y los anhelos infantiles se hubieron esfumado para siempre, hubo un hombre que empleó su vida, en la búsqueda de los espacios hacia los que habían huido los sueños del mundo.
Poco hay consignado sobre el nombre y procedencia de este hombre, ya que eso correspondía exclusivamente al mundo despierto, aunque se dice que ambos eran oscuros. Baste saber que vivía en una ciudad de altos muros donde reinaba un estéril crepúsculo; y que se afanaba todo el día entre sombras y alborotos, volviendo a casa por la tarde, a una habitación cuya ventana no daba a campos y arboledas, sino a un penumbroso patio hacia el que muchas otras ventanas se abrían en lúgubre desesperación. Desde ese alféizar no se divisaba sino muros y ventanas, a no ser que uno se inclinara mucho para escudriñar hacia lo alto, hacia las pequeñas estrellas que pasaban. Y dado que los muros desnudos y las ventanas conducen pronto a la locura al hombre que sueña y lee demasiado, el inquilino de este cuarto solía asomarse noche tras noche, escrutando a lo alto para vislumbrar alguna fracción de cosas que estaban más allá del mundo despierto y de la grisura de la elevada ciudad. Con el paso de los años, fue conociendo a las estrellas de curso lento por su nombre, y a seguirlas con la fantasía cuando, con pesar, se deslizaban fuera de su vista; hasta que al fin su mirada se abrió a la multitud de paisajes secretos cuya existencia no llega a sospechar el ojo mundano. Y una noche salvó un tremendo abismo, y los cielos repletos de sueños se abalanzaron hacia la ventana del solitario observador para mezclarse con el aire viciado de su alcoba y hacerle partícipe de su fabulosa maravilla.
A ese cuarto llegaron extrañas corrientes de violeta medianoche resplandeciendo con polvo de oro; torbellinos de oro y fuego aremolinándose desde los más lejanos espacios, cuajados con perfumes de más allá de los mundos. Océanos opiáceos se derramaron allí, alumbrados por soles que los ojos jamás han contemplado, albergando entre sus remolinos extraños delfines y ninfas marinas, de profundidades olvidadas. La infinitud silenciosa giraba en torno al soñador, arrebatándole sin tocar siquiera el cuerpo que se asomaba con rigidez a la solitaria ventana; y durante días no consignados por los calendarios del hombre, las mareas de las lejanas esferas lo transportaron gentiles a reunirse con los sueños por los que tanto había porfiado, los sueños que el hombre había perdido. Y en el transcurso de multitud de ciclos, tiernamente, lo dejaron durmiendo sobre una verde playa al amanecer; una ribera de verdor, fragante por los capullos de lotos y sembrado de rojas calamitas...

domingo, 24 de junio de 2012

Sábato por Alberto Breccia



 


Otro aniversario del nacimiento de Ernesto Sábato

Nació en Rojas Provincia de Buenos Aires Argentina el 24 de junio de 1911
Falleció en Santos Lugares Provincia de Buenos Aires Argentina el 30 de abril de 2011
Géneros literarios: Novelas / Ensayos

Ernesto Sábato

Se doctoró en Física e inició una prometedora carrera como investigador científico en París, donde había ido becado para trabajar en el célebre Laboratorio Curie, pero cuando descubrió el poder de las palabras, se entregó por completo a la literatura. Comienza a escribir sus ensayos, donde critica duramente a la Ciencia, el racionalismo y el fetichismo tecnocrático.
Fue Ministro de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de Arturo Frondizi, cargo que más tarde abandonó. Fue condecorado con diversos premios; reconocido por Universidades; lo nombran ciudadano ilustre de las ciudades más importantes.
Después de la guerra de Malvinas, el derrocamiento de la dictadura y con la elección democrática del gobierno, Ernesto Sábato es nombrado Presidente de la CoNaDeP. Fruto de las tareas de dicha comisión, nace el libro "Nunca Más", conocido como "Informe Sábato" en el que se describen las atrocidades cometidas durante este ese periodo y se analizan las "desapariciones" que se produjeron.
Recibe el Premio Cervantes el año 1984. Ese mismo año es galardonado con el Premio Gabriela Mistral de la Organización de los Estados Americanos en Washington.
En 1999 publicó sus memorias con el título de "Antes del Fin".
El 25 de junio de 2010 lo homenajearon en su cumpleaños 99. La ceremonia se hizo en la Casa de la Provincia de Buenos Aires.

Su obra es tan reconocida en el país como en el resto del mundo.
Listado de sus obras:
Novelas
  • El túnel (1948)
  • Sobre héroes y tumbas (1961)
  • Abaddón el exterminador (1974)
Ensayos
  • Uno y el universo (1945)
  • Hombres y engranajes (1951)
  • Heterodoxia (1953)
  • El caso Sábato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu (1956)
  • El otro rostro del peronismo (1956)
  • El escritor y sus fantasmas (1963)
  • Tango, discusión y clave (1963)
  • Romance de la muerte de Juan Lavalle. Cantar de Gesta (1966)
  • Significado de Pedro Henríquez Ureña (1967)
  • Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre (1968)
  • La cultura en la encrucijada nacional (1973)
  • Diálogos con Jorge Luis Borges (1976)
  • Apologías y rechazos (1979)
  • Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina (1979)
  • Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (1985)
  • Entre la letra y la sangre (1988)
  • Antes del fin (1999)
  • La Resistencia (2000)
  • España en los diarios de mi vejez (2004

lunes, 18 de junio de 2012

El grito - Edvard Munch


Paseaba por un sendero con dos amigos - el sol se puso - de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio - sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad - mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza...


Edvard Munch

Edvard Munch (Løten12 de diciembre de 1863 - Ekely23 de enero de1944) fue un pintor y grabador noruego de la corriente expresionista. Sus evocativas obras sobre la angustia influyeron profundamente en el expresionismo alemán de comienzos del siglo XX. Sus obras son como variaciones constantes sobre la gran sinfonía de la existencia humana en sus lados diurnos, pero aún más, como es congruente con la sensibilidad finisecular, en los nocturnos. El amor y el odio, el deseo y la angustia, las pasiones y las emociones, son elevados a arquetipos de la vida anímica del hombre moderno o, incluso, de la propia condición humana.
El pintor decía de sí mismo que, del mismo modo que Leonardo da Vinci había estudiado la anatomía humana y diseccionado cuerpos, él intentaba diseccionar almas. Por ello, los temas más frecuentes en su obra fueron los relacionados con los sentimientos y las tragedias humanas, como la soledad (Melancolía), la angustia (El Grito, tal vez su mejor obra), la muerte (Muerte de un bohemio) y el erotismo (Amantes,El beso). Se le considera precursor del expresionismo, por la fuerte expresividad de los rostros y las actitudes de sus figuras, además del mejor pintor noruego de todos los tiempos.


lunes, 11 de junio de 2012

"El beatle final" - Leopoldo Marechal

Relato de ciencia ficción (1968). Se sitúa en el siglo XXIII en Metrópolis, ciudad cuyo perímetro, el Gran Octógono, evoca el de la Capital Federal.
Quiere ser una fábula anticipatoria, a la vez que una defensa de la palabra creadora en una civilización tecnocrática.
Sus ingenieros se disponen a fabricar un poeta electrónico a partir de la figura de Ringo Starr.


Y sucedió y sucede y sucederá. ¡Muy buenas noches, mundo en la balanza! En Metrópolis la finalista, el Gran Octógono desarrollaba sus actividades como una "central" humano-electrónica del Imperio. El Gran Octógono era un polígono irregular, ya que sus lados no tenían igual importancia ni longitud en el dinamismo de aquel mundo. Sin duda el lado AB realizaba la función más vital, puesto que dirigía todos los re­sortes ofensivos y defensivos del Imperio, la investigación de las materias y las antimaterias, la construcción de nuevas armas físicas y psíquicas destinadas a los enemigos actuales o potenciales de la co­munidad, ya fuesen internos o externos, ya se insinuaran en el plano terrestre o fueran sospechados en cualquier galaxia más o menos vecina. Sucedió, sucede y sucederá. ¡Tierra en la balanza, yo te saludo!

Claro está que frente a un caso tan peligroso de "regresión", el Gran Consejo decidió enviar al perito Ramírez a una cámara de desintegración atómica, para que al éter volviera lo que había engen­drado el éter...

- Señores del Octógono -les dijo Ramírez-, no vean en mí a un agitador sino a un "retrógrado". La tesis que me ha valido la expulsión de la Uni­versidad sostenía que "la bestia hombre nace para el conocimiento y la expresión". En lo que atañe al "conocimiento" sabido es que Metrópolis está en la vanguardia del mundo, pues ha descubierto que no es el hombre quien construye la Industria sino la Industria quien construye al hombre. Desgraciadamente, la "expresión" no ha seguido aquí una vía paralela de ascenso; y en ese orden los marcianos nos aventajan en diez siglos, ya que cada uno tiene un megáfono en lugar de boca y responde a los estímulos de una "broadcasting" interior. La enfermedad Beta que nos consume se debe a una ya insostenible atrofia de nuestra expresividad. Y en busca de su remedio es que yo, "el retrógrado", hice una excavación en la Historia del Hombre hasta llegar al paleolítico de la música. Naturalmente, regresé con una solución en forma de trompeta.
Tras una votación relámpago (la Democracia se mantenía en el Imperio como un lujo no caro y deliciosamente inútil) se resolvió confiar al técnico Ramírez la construcción de un poeta electrónico en escala gigante, obra de salvación nacional que pondría en juego todos los recursos del Estado en la metalurgia, la cibernética y la foniatría.
 
¡Teje, tejedor de humos! ¡Construye, albañil de neblinas! Lo primero que hizo Ramírez en tren de inspiración fue solicitar una botella de coñac francés entre las que se guardaban como un tesoro ar­queológico en el Museo Retrospectivo de las Borracheras. Desde hacía un siglo, los habitantes de la ciudad sólo se mamaban con el cocktail de neutrones retardados que sucedió al ácido lisérgico y a las esencias destiladas de los hongos mexicanos. ... Si el beatle mecánico debía expresar al Imperio, era urgente recoger y grabar todos los no proferidos acentos de sus habitantes, las euforias comunes, los temores y angustias colectivos. El viento se teje si el tejedor es hábil.
Tras una investigación minuciosa de psicoanalistas y musicólogos, la voz de Ringo fue compuesta, grabada y metida en el pecho metálico del beatle, para cuya residencia se construyó un templete monumental que reunía en sí las más óptimas condiciones de acústica... 
Llegó al fin la noche de las noches en que Ringo, el beatle artificial, sería presentado a los enfermos habitantes de Metrópolis. En su templete de vidrio-cemento y ante las cámaras de televisión, Ringo exhibía una majestad imponente con su estructura de caja sonora, su rostro gesticulante y la enorme guitarra eléctrica sobre la cual ponía él sus dos manoplas en frenesí. Y cuando Ramírez, en overall de gala, hizo funcionar los controles, Ringo dejó escapar toda la sinfonía que se concentraba en su tórax y que los transmisores del Imperio lanzaron al éter... ¡Naturalmente, Ramírez fue alojado en un manicomio de lujo donde acabó sus días apaciblemente.
 
...Se abrió desde aquella noche la Era de Ringo el beatle salvador. Y Metrópolis adquirió en adelante una fuerza expansiva que llegó a inquietar a sus enemigos terrestres y a sus observadores cósmicos... Por último, sobre sus piernas de autómata en libertad, Ringo entró en un Museo de la Paleomúsica, y sus pies duros trituraron instrumentos antiguos, violas y contrabajos, trompetas y fagotes, órganos de tubos retorcidos, estatuas de compositores ilustres recién caídas de sus pedestales. El Beatle Final aún cantaba y tañía; pero sus condensadores ya se le agotaban, su voz languidecía en un tartamudeo de fonógrafo sin cuerda y sus pies vacilaban entre los escombros...


Leopoldo Marechal - En junio, mes de su nacimiento


(Buenos Aires, 11 de junio de 1900 - 26 de junio de 1970) fue un poeta, dramaturgo, novelista y ensayista argentino.

Obra:

Poesía
  • Los Aguiluchos (1922)
  • Días como flechas (1926)
  • Odas para el hombre y la mujer (1929)(Primer Premio Municipal de Poesía)
  • Laberinto de amor (1936) (Tercer Premio Nacional de Poesía)
  • Cinco poemas australes (1937) (Tercer Premio Nacional de Poesía)
  • El centauro (1940) (Primer Premio Nacional de Poesía)
  • Sonetos a Sophía (1940) (Primer Premio Nacional de Poesía)
  • Canto de San Martín o Cantata Sanmartiniana (estrenada en 1950, en el Cerro de la Gloria, Mendoza, Argentina)
  • Heptamerón (1966)
  • El poema de Robot (1966)
  • Poema de la Física (publicación póstuma).

 Teatro

Obras conocidas:
  • Antígona Vélez (estrenada en 1951 y de vigencia permanente en las carteleras teatrales argentinas. Primer Premio Nacional de Teatro)
  • Las tres caras de Venus (estrenada en 1952; la última representación fue en el 2005, en el Teatro Nacional Cervantes)
  • La batalla de José Luna (estrenada en 1967 bajo la dirección de Jorge Petraglia, reestrenada en Río Cuarto y en la ciudad de Córdoba con dirección y puesta teatral de Malena Marechal, 1983)
  • Don Juan (publicación póstuma, 1983)
Antígona Vélez y Don Juan se han convertido, además, en óperas. En ambos casos, el libreto operístico es obra del poeta Javier Collazo. La música es creación del compositor Juan Carlos Zorzi. Ambas piezas se estrenaron, con gran éxito de crítica y público, en el famoso Teatro Colón (años 1991 y 1998 respectivamente) Hay una decena de obras de teatro inéditas recuperadas por sus hijas el 30 de septiembre de 2008.

 Novelas

  • Adán Buenosayres (1948)
  • El banquete de Severo Arcángelo (1965)
  • Megafón, o la guerra (1970)(El libro estaba en prensa al fallecer su creador).

 Algunos Ensayos

  • Historia de la calle Corrientes (1937)
  • Descenso y Ascenso del Alma por La Belleza (1939)
  • Cuaderno de navegación (1966)

 Cuentos

  • El rey Vinagre (1926)
  • El Niño Dios (1939)
  • Narración con espía obligado (1966)
  • El hipogrifo (1968)
  • El beatle final (1968)
  • Autobiografía de Sátiro (publicación póstuma, 1971)

 Obras Traducidas

  • Adán Buenosayres Grasset,Paris,Unesco 1995, traducción al francés de Patrice Toulat.
  • Adán Buenosayres Vallecchi, Florencia 2010, edición a cargo de Claudio Ongaro Haelterman; traducción al italiano de Nicola Jacchia.
  • Il banchetto di Severo Arcangelo. Introduzione e traduzione dallo spagnolo di Lucio D’Arcangelo. Milano: Rusconi, Prima edizione, luglio, 1976.
  • Il banchetto di Severo Arcangelo. Traduzione di Lucio D’Arcangelo. Milano: Zanzibar,Prima edizione, febraio 1995, 318 p.
  • Le Banquet de Severo Arcángelo. Traducido al francés por Anny Amberni. París,Gallimard, 1993, 361 p.
  • Adán Buenosayres Vallecchi, Florencia 2010, edición a cargo de Claudio Ongaro Haelterman; traducción al italiano de Nicola Jacchia.

domingo, 10 de junio de 2012

Cuando el destino nos alcance...

Cuando el destino nos alcance ( titulo original Soylent Green) es una película estadounidense de 1973, dirigida por Richard Fleischer, protagonizada por Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young en los papeles principales y basada en la novela Make Room! Make Room! (1966), de Harry Harrison.

En el año 2022, en un futuro distópico, la ciudad de Nueva York está habitada por más de 40.000.000 de habitantes, físicamente separados en una pequeña élite que mantiene el control político y económico, con acceso a ciertos lujos como verduras y carne, y una mayoría hacinada en calles y edificios donde malvive con agua en garrafas, y dos variedades de un producto comestible, soylent rojo y soylent amarillo que son la única fuente de alimentación, ya que la producción de alimentos naturales se ha extinguido por el efecto invernadero. La compañía Soylent es una empresa que fabrica y provee alimentos procesados de concentrados vegetales. Soylent verde es el nuevo producto alimenticio sacado al mercado, basado en plancton, según la publicidad de la empresa.


miércoles, 6 de junio de 2012

Homenaje a Ray Bradbury - "Hola y adiós"



Pues claro que se iba, qué otra cosa podía hacer, el tiempo se había agotado y se iba, se iba muy lejos. Tenía ya hecha la maleta, había sacado brillo a los zapatos; se había cepillado el pelo y se había lavado expresamente detrás de las orejas. Tan sólo faltaba bajar las escaleras, salir por la puerta y subir la calle hasta la estación del pueblo, donde el tren se detendría exclusivamente para recogerlo a él; entonces Fox Hill, Illinois, quedaría atrás, muy atrás en su pasado. Y él proseguiría su camino, quizá a Iowa, tal vez a Kansas, quién sabe si a California; un chiquillo de doce años, en cuya maleta un certificado de nacimiento acreditaba que lo había hecho hacía cuarenta y tres.
-¡Willie! -exclamó una voz en la planta baja.
-¡Ya voy! -Alzó del suelo la maleta. Vio en el espejo de su cómoda un rostro formado por dientes de león de junio, manzanas de julio y leche de cálida mañana de verano. Allí, como siempre, se reflejaban el ángel y el inocente, aquella efigie que tal vez nunca, en todos los años de su vida, llegase a cambiar.
-Casi es la hora -llamó la voz de mujer.
-¡Ahora mismo! -Y descendió por la escalera, al tiempo gruñón y sonriente. En la sala de estar, sentados, Anna y Steve, las ropas dolorosamente pulcras.
-¡Aquí estoy! -exclamó Willie desde el umbral de la sala.
Daba la impresión de que Anna fuese a romper a llorar.
-¡Oh, Dios mío! No es posible que vayas a dejarnos, ¿verdad, Willie?
-La gente está empezando a murmurar -dijo Willie tranquilamente-. Hace ahora tres años que estoy aquí. Pero cuando la gente se pone a murmurar, sé que ha llegado la hora de ponerme los zapatos y sacar un billete de tren.
-Todo es tan extraño, no lo entiendo. ¡Y así, tan de pronto! -se lamentó Anna-. Willie, te vamos a echar muchísimo de menos.
-Yo les escribiré todas las Navidades. Por favor, ayúdenme. No me escriban ustedes.
-Ha sido un gran placer y una satisfacción -dijo Steve, allí sentado, demasiado ampulosas las palabras, palabras que cuadraban mal en su boca-. Es una vergüenza que esto haya de acabar así. Es una vergüenza que hayas tenido que contarmos tu caso. Es una condenada vergüenza que no puedas quedarte.
-Ustedes son los parientes más agradables que he tenido nunca -dijo Willie, desde su metro veinte de estatura, barbilampiño, radiante el sol en su rostro.
Y entonces Anna se echó a llorar.
-Willie, Willie -gimió. Se sentó. Parecía querer abrazarlo, pero abrazarlo le daba miedo ahora; lo miró con sorpresa y desconcierto, vacías las manos, sin saber qué hacer.
-No resulta fácil irse -dijo Willie-. Se acostumbra uno a la situación. Desea uno quedarse, pero no puede ser. En una ocasión probé a quedarme después de que la gente comenzase a desconfiar. "¡Qué cosa más horrible!", decían. "¡Tantos años jugando con los inocentes de nuestros niños -decían-, y nosotros sin enterarnos!" "¡Qué espanto!", dijeron. Y al final, una noche tuve que huir de la ciudad. No resulta fácil, no. Saben perfectamente bien cuánto los quiero a ambos. ¡Gracias por estos tres años fabulosos!
Fueron todos juntos hasta la puerta delantera.
-Willie, ¿adónde piensas ir?
-No lo sé. Sencillamente, me pongo a viajar. Cuando veo una ciudad que promete ser verde y agradable, me quedo.
-¿Volverás algún día?
-Sí -dijo con toda formalidad su vocecilla aguda-. Dentro de unos veinte años debería empezar a reflejarse la edad en mi rostro. Cuando así sea, pienso hacer un gran recorrido y visitar a todos los padres y madres que he tenido.
Permanecieron en pie en el fresco balcón veraniego, reacios a decirse las últimas palabras. Steve tenía tozudamente clavada la mirada en un olmo.
-¿Con cuántas familias has estado, Willie? ¿Cuántas veces has sido adoptado?
Willie hizo el cálculo de bastante buen grado:
-Me parece que han sido unas cinco ciudades y cinco los matrimonios con quienes he estado. Han pasado más de veinte años desde que empecé mi peregrinaje.
-Bueno, no tenemos motivo para quejamos -dijo Steve-. Más vale tener un hijo durante treinta y seis meses que ninguno en absoluto.
-Bien... -dijo Willie. Se despidió de Anna con un beso rápido, asió el equipaje y se marchó calle arriba, penetrando en la verde luz del mediodía, bajo los árboles... un chiquillo muy joven en verdad, sin volver atrás la mirada, corriendo.
Los chicos estaban jugando en el verde diamante del parque cuando pasó. Permaneció un ratito bajo la sombra de los robles, observándolos lanzar la blanca, nívea bola de béisbol que hendía el aire cálido del verano; vio volar sobre la hierba, como un pájaro oscuro, la sombra de la bola; vio cómo se abrían las manos, como bocas voraces, para atrapar aquel raudo fragmento de estío que ahora parecía tan importante asir. Gritaron los chicos. La bola aterrizó en la hierba, cerca de Willie.
Al avanzar con la bola, saliendo de los árboles umbrosos, pensó en los tres últimos años, ahora gastados hasta el céntimo, y en los cinco años anteriores, y así, remontando el hilo de su vida, hasta el año en que cumplió verdaderamente los once años y los doce y los catorce; pensó en las voces que decían: ("¿Qué le pasa a Willie, señora?" "Señora B., ¿no está Willie retrasado en su crecimiento?" "Willie, ¿has estado fumando cigarrillos últimamente?" Los ecos se extinguieron en luz y colores veraniegos. La voz de su madre: "¡Willie cumple hoy los veintiuno!". Y un millar de voces repitiendo: "Hijo, vuelve cuando cumplas quince años; tal vez entonces podamos darte trabajo".
Se quedó mirando fijamente a la pelota de béisbol que sostenía en su mano temblorosa, imagen de su vida, una bola interminable de años bobinados y rebobinados una y otra vez, pero siempre conducentes a su duodécimo cumpleaños. Oyó a los chicos venir hacia él; sintió que le tapaban el sol, los vio mayores que él, rodeándolo.
-¡Willie! ¿Adónde vas? -Le dieron una patada a su maleta.
¡Qué altos, allí plantados, en el sol! Era como si en aquellos últimos meses, el Sol hubiera pasado una mano sobre sus cabezas, reclamándoles, y ellos fueran cálido metal fundente atraído hacia lo alto; como si fueran trigo dorado halado hacia el cielo por una inmensa fuerza gravitatoria; ellos, con sus trece, catorce años, mirando a Willie desde las alturas, sonrientes todavía, pero ya comenzando a tenerlo por un cero a la izquierda. Aquello había empezado hacía cuatro meses.
-¡Formemos equipos! ¿Quién quiere a Willie en el suyo?
-¡Bah!, Willie es demasiado pequeño; no queremos "niños" con nosotros.
Y lo aventajaron en la carrera, atraídos por la Luna y el Sol y por la sucesión turnante de estaciones de hoja y de viento; él siguió teniendo doce años, pero ninguno de los otros volvió a tenerlos jamás. Y las voces, las otras voces comenzaron de nuevo a repetir el manido estribillo, frío y aterradoramente familiar: "Más vale que le des vitaminas a ese chico, Steve". "¿Qué pasa, Anna, es que en tu familia hay una rama de bajitos?" Y el frío puño que vuelve a golpearte el corazón, el conocimiento de que será preciso volver a arrancar las raíces después de tantos años buenos con los "parientes".
-¿Adónde vas, Willie?
Sacudió bruscamente la cabeza. Volvía a encontrarse en medio de aquellas torres humanas, de aquellos mocetones que le hacían sombra, que pululaban en torno a él, como gigantes inclinados a beber en la fuente de un parque.
-Me voy unos días a casa de un primo.
-Oh. -Hubo un día, hace un año, en que eso les hubiera importado mucho. Pero ahora tan sólo sentían curiosidad por su equipaje. No era más que la fascinación de los viajes y los trenes y los lugares distantes.
-¿Qué les parece si echamos un par de partidas rápidas? -dijo Willie.
Su aspecto era más bien dubitativo pero, dadas las circunstancias, accedieron. Dejó caer la bolsa y corrió; la blanca pelota de béisbol estaba allá en lo alto, en el sol, distante de sus figuras de blanco ardiente en la lejanía del prado, de nuevo en el sol, apresurada, la vida yendo y viniendo, como obedeciendo a un patrón. ¡Aquí, allí! ¡El señor y la señora Robert Hanlon, de Creek Bend, Wisconsin, 1932, la primera pareja, el primer año! ¡Aquí, allí! ¡Henry y Alice Boltz, Limeville, Iowa, 1935! ¡Vuela, pelota! ¡Los Smith, los Eaton, los Robinson! ¡1939! ¡1945! Marido y mujer, marido y mujer, sin niños, sin niños. Una llamada a esa puerta, una llamada a esa otra.
-Disculpe usted. Me llamo William. Me pregunto si...
-¿Un bocadillo? Pasa, siéntate. ¿De dónde vienes, hijo?
El bocadillo, el vaso largo de leche fresca, la sonrisa, el gesto acogedor, la conversación cómoda, distendida.
-Hijo, das la impresión de haber estado viajando. ¿Te has escapado de algún sitio?
-No.
-Chico, ¿eres huérfano?
Otro vaso de leche.
-Siempre quisimos tener hijos, pero nunca hemos podido. Jamás supimos por qué. Cosas que pasan. Bueno, bueno. Se está haciendo tarde, hijo. ¿No crees que sería mejor que te fueras a casa?
-No tengo casa.
-¿Un chico como tú? ¿Con lo limpias que tienes las orejas? Tu madre estará preocupada.
-No tengo casa ni parientes en todo el mundo. Me pregunto si... me pregunto... ¿me permitirían pasar aquí esta noche?
-Bueno, hijo, verás, no sé qué decir. Nunca habíamos pensado en admitir... -dijo el marido.
-Esta noche tengo pollo para cenar -dijo la mujer-, y hay bastante para repetir, bastante para las visitas...
Y los años que pasan, que vuelan; las voces, y los rostros, y las gentes; las primeras conversaciones, siempre las mismas. La voz de Emily Robinson, en su mecedora, en la oscuridad de la noche veraniega, la última noche que estuvo con ella, la noche en que ella descubrió su secreto, su voz, al decir:
-Miro las caras de todos los niñitos que pasan. Y a veces pienso: ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza que todas esas flores hayan de ser cortadas, que sea preciso extinguir el fulgor de esos fuegos! Qué vergüenza que éstos, todos esos que vemos en las escuelas o correteando por ahí hayan de tornarse altos y desagradables; que luego lleguen las arrugas, la sal y la pimienta en el pelo, o la calvicie, para luego, finalmente, puros huesos y resuellos, tener que morir, enterrados y olvidados. Cuando oigo reír a los niños, me resulta imposible creer que hayan de recorrer la misma senda por la que yo camino. Y sin embargo, ¡vienen! Aún recuerdo aquel poema de Wordsworth: "...cuando de pronto vi una multitud, una hueste de dorados lirios, cerca del lago, bajo los árboles, lirios que se agitan y se mecen en la brisa". Eso es lo que a mí me parecen los niños, pese a lo crueles que son a veces, a pesar de saber cuán malvados pueden ser. Pero no les asoma todavía la maldad en torno a los ojos, aún no se lee la malicia en su mirada, sus ojos aún no se han saturado de cansancio. ¡Es tanta el ansia que sienten por todo! Me imagino que eso es lo que más echo a faltar en las personas mayores, que en nueve de cada diez casos han perdido ese ansia, esa frescura, a quienes se les ha escurrido desagüe abajo tanta de su energía vital... Adoro ver cómo salen cada día los niños de la escuela; es como si sus puertas lanzasen florecillas a la calle. ¿Qué se siente, Willie? ¿Qué siente uno al ser eternamente joven? ¿Cómo es parecer una moneda de plata recién acuñada? ¿Eres feliz? ¿Te encuentras tan estupendamente como dice tu aspecto?
La bola de béisbol llegó zumbando desde el cielo azul; le dio a su mano un picotazo, como un gran insecto pálido. Mientras se la acariciaba, Willie oyó a su memoria decir:
"Trabajé con lo que tenía. Después de morir mis parientes, tras descubrir que no podía encontrar en ningún sitio trabajo de adulto, probé suerte en las ferias, pero sólo conseguí que se rieran de mí. "Hijo -me dijeron-, no eres un enano, e incluso aunque lo seas, ¡tu aspecto es de un chico normal! Queremos enanos con cara de enanos. Lo siento, hijo, lo siento." Así que me fui de casa, y eché a andar pensando: ¿Qué era yo? Un niño. Tenía aspecto de niño, tenía voz de niño, así que podría perfectamente seguir siendo un niño. De nada valía luchar contra ello. De nada serviría gritar. ¿Qué podía hacer, pues? ¿Qué trabajo tenía a mi alcance? Y un buen día vi a un hombre en un restaurante mirar las fotografías que de sus hijos le enseñaba otro hombre. "Claro que me gustaría tener hijos -decía-, ya lo creo que me gustaría." No hacía más que mover con desánimo la cabeza. Y yo sentado allí, a unos pocos asientos de él, con una hamburguesa entre las manos. Me quedé allí sentado, ¡helado! En aquel mismo instante supe cuál iba a ser mi trabajo durante el resto de mi vida. Sí, había trabajo para mí, después de todo: hacer felices a gentes solitarias. Mantenerme ocupado. Jugar eternamente. Me di cuenta de que tendría que jugar eternamente. Repartir unos cuantos periódicos, hacer recados, segar unos cuantos céspedes. Quizá. Ahora, ¿trabajos pesados? Jamás. Todo cuanto tendría que hacer consistiría en ser hijo de una madre y orgullo de un padre. Me dirigí al hombre que se encontraba un poco más abajo que yo en la barra. "Discúlpeme", le dije, y le sonreí..."
-Pero Willie -le había dicho hacía mucho la señora Emily-, ¿nunca te has sentido solo? ¿Nunca has querido... esas cosas que los adultos desean?
-Esa batalla la tuve que librar yo solo -dijo Willie.
"Soy un chiquillo -me dije-, tendré que vivir en un mundo de chiquillos, leer libros para niños, jugar a juegos de niños, desconectarme de todo lo demás. No puedo ser las dos cosas. Yo sólo tengo que ser una cosa: joven. Así que hice mi papel. ¡Oh, no fue fácil! Hubo momentos..." Se interrumpió y se sumió en el silencio.
"Y la familia con la que vivías, ¿no llegó a saberlo nunca?"
"No. Decírselo hubiera estropeado todo. Les conté que me había escapado; les dejé comprobarlo por conducto oficial, por la policía. Después, cuando no apareció ninguna ficha ni denuncia, dejé que solicitasen mi adopción. Eso era lo mejor de todo, siempre y cuando no sospechasen nada. Pero, entonces, después de tres años, o de cinco, se imaginaban lo que pasaba, o llegaba un viajante que me conocía, o me tropezaba con un feriante, y aquello se acababa. Siempre tenía que acabar."
"¿Y tú eres muy feliz? ¿Es agradable seguir siendo niño durante cuarenta años?"
"Como suele decirse, es una forma de ganarse la vida. Y cuando uno hace felices a otras personas, casi se es feliz también. Sea como fuere, dentro de unos cuantos años estaré ya en mi segunda infancia. Habré doblado el cabo de las tormentas, habré olvidado las insatisfacciones y casi todos los sueños. Tal vez entonces pueda comportarme con naturalidad y representar mi papel hasta el final."
Lanzó una última vez la bola de béisbol y rompió el ensueño. Corrió a coger su equipaje. Tom, Bill, Jamie, Bobb, Sam; sus nombres se movieron sobre sus labios. Percibió el embarazo de los muchachos al irles estrechando la mano.
-Bueno, Willie, después de todo no es como si te fueras a China o a Tombuctú.
-Así es, ¿verdad? -Willie no se movió.
-Hasta pronto, Willie. Nos veremos la semana que viene.
-Hasta pronto, hasta pronto.
Y fue alejándose con la maleta, mirando a los árboles, alejándose de los muchachos y de la calle en la que había vivido. Al doblar una esquina aulló el silbato de un tren, y echó a correr.
Lo último que vio y oyó fue una blanca bola de béisbol lanzada a lo alto de un tejado, atrás y adelante, atrás y adelante, los gritos de dos voces (la bola lanzada hacia arriba, y luego abajo y otra vez a través del cielo). "¡Annie, Annie, basta! ¡Basta, Annie, basta!", gritos como los de los pájaros al volar hacia el lejano sur.
Se despertó de madrugada, una madrugada con olor de la neblina y del frío metal, envuelto en el olor ferroso del tren que lo rodeaba, los huesos sacudidos, entumecidos los miembros por toda una noche de viaje. Se despertó con olor de sol tras el horizonte; su vista se tendió sobre una pequeña villa recién surgida del sueño. Se estaban encendiendo las primeras luces, murmuraban quedas las voces; una señal roja oscilaba adelante y atrás, atrás y adelante, en el aire frío de la mañana. Había ese silencio somnoliento en el cual los ecos están dignificados por la claridad, en el cual los ecos se encuentran desnudos, nítidos y solitarios. Pasó un mozo de tren, una sombra entre las sombras.
-Señor -dijo Willie.
El mozo se detuvo.
-¿Cómo se llama esta ciudad? -susurró el chico desde la oscuridad.
-Valleyville.
-¿Cuántos habitantes tiene?
-Diez mil. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te bajas aquí?
-Parece verde. -Willie permaneció largo rato escrutando la ciudad sumida en la madrugada-. Parece agradable y tranquila -añadió.
-Hijo -dijo el mozo-, ¿de verdad sabes a dónde vas?
-Aquí -respondió Willie. Y se levantó tranquilamente en la madrugada tranquila, fría, saturada de olor a hierro, en la oscuridad del tren, con un rozar de ropas, perturbando el silencio.
-Chico, confío en que sepas lo que te haces -dijo el mozo de tren.
-Sí, señor, sé lo que me hago. -Y descendió al oscuro andén, con el equipaje en pos, en manos del mozo; salió a la mañana que recibía las primeras luces, la mañana humeante y fría que condensaba el aliento. Permaneció un instante con la vista alzada hacia el mozo y hacia el negro tren de metal, contra el fondo de las pocas estrellas que aún quedaban. El tren exhaló un gran soplido aullante en su silbato, los mozos del tren gritaron a lo largo de toda la hilera de vagones, los coches saltaron, y su mozo sonrió y ondeó la mano en señal de saludo al chico que allí se quedaba, a aquel chico pequeñín con su maletón que le estaba gritando algo, a pesar de que la máquina volvía a soltar su silbido.
-¿Qué? -gritó el mozo, con la mano haciendo pabellón en la oreja.
-¡Deséeme suerte! -gritó Willie.
-¡La mejor del mundo, hijo! -exclamó el mozo, saludando, sonriendo-. ¡Muchacho, la mejor del mundo!
-Gracias -dijo Willie en mitad del estrépito del tren, en el vapor y el rugido.
Permaneció mirando al negro tren hasta que se fue completamente y se perdió de vista en la lejanía. No se movió durante todo el tiempo que tardó en irse. Allí se estuvo, quietecito en el fatigado andén de madera, doce años de chiquillo, y sólo después de pasados tres minutos completos se volvió para, por fin, encararse con las calles desiertas.
Después, mientras el sol se alzaba, echó a andar a toda prisa para guardar el calor, bajando de la estación, entrando en la nueva ciudad.

martes, 5 de junio de 2012

Chac Mool - Carlos Fuentes.

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.
Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.
“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.
“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...”
“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura.
“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquChac Moolí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”
“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”
“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”
“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”
“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”
Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:
“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas.
“Casi sin aliento, encendí la luz.
“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético.
“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”
“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.”
“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”
“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atreví a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”
“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.